Los
empresarios acusan usualmente a los universitarios de desconexión con la
realidad y el país, también de ignorancia sobre la práctica profesional. Las
encuestas suman ahora bajo desempeño, evasión de responsabilidades, transmisión
de culpas a los colegas y jefes, además, dicen que son quejumbrosos.
Pero
los nuevos profesionales los superan. Se quejan de horarios, actividades a
realizar, colegas y supervisores, descansos, la misión institucional, el
salario, el asiento, fealdad de los compañeros, refrigerios muy calientes.
Un
mundo de “quejetas” habría dicho mi mamá. Y este es apenas uno de muchos aspectos
que enmarcan nuestro torcido mercado laboral.
Las
quejas fundamentadas y pertinentes deben ser bienvenidas para generar
cambios, con ellos aumentar la satisfacción laboral y mejorar los
desempeños organizacionales. Pero si no es el caso, lo que se observa es un
escenario de bajo compromiso, mediocridad y de adicción a la condescendencia.
En
las universidades la gente excusa su bajo rendimiento académico
"argumentando" que si el texto tiene gráficos y recuadros es una
cartilla de primaria, si contiene ecuaciones, es un ladrillo; el horario es
malo si se debe madrugar -concuerdo-, o si es a mediodía o de noche. No hay uno
bueno.
Más
lamentaciones: el salón es muy frío o es un hervidero; es gigante o pequeño; no
hay equipos o son viejos, si son nuevos la molestia es no poder manejarlos;
malo si el curso es teórico o si es práctico; un solo autor implica falta de
variedad, leer varios impide explorar con profundidad un referente. Hoy todo se
critica y siempre los males radican en factores externos al estudiante.
El
principal, sin duda, es el profesor. Es malo si los mira o si no lo hace; está
mal exigir y ser laxo; hablar suave es paternalismo y/o favoritismo, algo de
enjundia y orden lo convierten en dictador. Las lamentaciones y excusas son tan
numerosas y variadas que un libro con "n" ediciones sobre el
tema se escribe solo.
El
estudiante como cliente se convierte en un profesional de las quejas y luego
las genera en el mundo laboral. Un círculo nada virtuoso.
Trabajar
con restricciones es algo inherente a la vida. Por supuesto está bien querer
mejorar, pero quedarse en la queja es nuestra cotidianidad. Si quejarse más
estuviera a la par de hacer más, tal vez no habría lío, pero entre tanta
lamentación se ingresa sin retorno al círculo. Los directivos, en lo de
siempre, hacer la vista gorda y cuidar su silla, de vez en cuando un paño de
agua tibia.
Muchos
estudiantes usan la evaluación docente para vaciar críticas
irrelevantes sobre el desempeño de sus profesores. Entre los temas evaluados se
tienen sus vestidos, autos, gesticulaciones, edades, estatus, gracia de los
chistes y belleza. La calidad y el cumplimiento en las clases son temas
marginales.
Empoderar
a los estudiantes y llevarlo al máximo es algo que llena la boca de directivos
e infla el orgullo institucional. El inconforme mercado laboral no les brinda
razón. La insatisfacción es el pan diario.
Exigir
en las clases implica revancha en el muro de lamentaciones en el que se
convirtieron las evaluaciones docentes. Por ello muchos docentes dejan de
hacerlo y otros se retiran apenas tienen opciones laborales diferentes.
Como
todo tema cultural los pasos para corregir son enormes. Se requiere de
mayor balance, las instituciones deben evitar la inercia del ejercicio y su mal
uso. Promover aspectos puntuales de la evaluación, validar solo el juicio de
quienes terminen los cursos y concientizar sobre la importancia de buscar
objetividad podrían ser un buen inicio.
Mientras
esto ocurre puedo fallecer y noto que no tenemos lugar para ejercer el
desahogo puesto que la nota es un tema diferente, aunque existen docentes
inmaduros que usan las calificaciones para ello. Naranjas y manzanas.
Cambiar
los quejumbrosos mundos estudiantiles y laborales demorará, propongo equilibrar
las cargas. Si yo fuera rector, construiría un muro de las
lamentaciones de uso exclusivo para quejas profesorales. Podría dividirse en
secciones, una sobre directivos, otra sobre estudiantes y hasta debería abrirse
espacio a las que generan padres de familia y otros docentes. Sería más extenso
y costoso que el que propone Trump para separarse de México, pero valdrá la
pena.
La
catarsis mejorará los humores al compartir las anécdotas, se generarán
sentimientos de empatía por los docentes, se promoverán climas más sanos, se
evitarán secciones de blogs personales -como ésta-.
Un
lugar que dará lugar a volúmenes interminables de infinitos evangelios
profesados por los profesores. Una Biblia llena de testamentos
docentes. La titularía “Una Investigación Acerca de la Naturaleza
y Causa de las Lamentaciones Universitarias”.
Vaya
uno a saber y resulte en 250 años nombrado como el padre de toda una nueva
disciplina: "El Lamentacionismo".