LA PRIMERA CLASE

abril 29, 2020


Desastrosa y traumática. Ese es el resumen de mi primera sesión en un salón universitario como docente en propiedad. Yo quería dictar y medirme como profesor, pero la oportunidad me atropelló. Fui aceptado un viernes en la tarde para un curso de noveno semestre que empezaba el siguiente lunes, no alcancé a mentalizarme y mucho menos a prepararme correctamente. El directivo que me entrevistó me había advertido de la necesidad de ir de traje de corbata por conveniencias institucionales, eso ya me incomodaba viniendo de la universidad pública, en la que me cuesta recordar a uno de mis profes utilizándola. No la acostumbraba a mis 22 años -ahora tampoco-, y no me gustaba que todo el mundo me llamara “Doctor”, práctica incómoda y arraigada que me acompañó todo el tiempo que estuve en la universidad de mi estreno docente.

Los nervios me inundaban ese día desde antes de entrar al salón, al punto de que después de haber escrito la palabra economía unas 20.000 veces en mi vida, a los cinco minutos de inicio de clase, me acerqué al tablero y … dudé sobre la tilde. Error garrafal.

Leía mucho desde pequeño, desde los viejos y deteriorados cuentos de Condorito y Superman que mi papá intercambiaba cada semana en la Plaza España en el centro de Bogotá para ahorrar unos pesos, hasta la literatura obligada y disfrutada en el bachillerato que me quedó como adictivo hábito, por eso, no olvido el momento en el que dudé de mi ortografía, uno de mis puntos supuestamente fuertes, ante mi primer público.

Había hecho labores de monitoria y de asistencia docente en mi posgrado en la Universidad Nacional, pero era mi primera chance como profesor titular y quería, soñaba con cambiar el mundo e inspirar a la gente desde un salón, con replicar y multiplicar la construcción de conocimiento, para hacer la mejor clase, el mejor pregrado, la mejor Universidad, y contribuir al mundo entero. Dudando al escribir la primera palabra puesta en público iba a ser ... solo un poco difícil.

Finalmente no fallé, pero sentí los ojos atentos, la intriga de un segundo eterno en el que el estudiante, expectante, puede minar toda su fe en su docente, aquel que debe ser guía, iluminación, reto, vehículo para sacar lo mejor de sí. Sentí erosionarse mi confianza y con ella todo iba a pique.

Cinco minutos después de trastabillar en el tablero pasé la hoja de asistencia, la recibí llena de correos @banrep.gov.co, @dnp.gov.co, @idu.gov.co y otros por el estilo. Este era mi primer trabajo formal y deducía con tales direcciones que los estudiantes, que en promedio tenían entre 5 y 7 años más que yo, no solo tenían mayor experiencia laboral, sino que podrían tener más conocimientos sobre el tema de Planeación Económica. Terror.

En efecto fue así, no olvido después de 17 años de ejercer el oficio docente a Bernardo Zapata mi primer crítico y estudiante brillante, quien tuvo que complementar, sugerir bibliografía, ilustrar experiencias y hasta corregir varios de mis errores.

La clase de ese día fue un fiasco, después de los correos y la duda ortográfica ya no sabía si sentarme o quedarme de pie, si seguir o cerrar pronto la sesión, si tirar la corbata por la ventana y abandonar el primer día, la incomodidad fue suprema en la hora más larga que estuve ante un salón de clase. Lo cierto es que sudé lo que no había sudado en mis extensos amores a los partidos de fútbol y que me ofrecí vulnerable a estudiantes de fin de carrera que ya estaban más en el rol de profesionales.

Sentí que el semestre iba a ser difícil y no me equivoqué. Ese día marcó el desarrollo del curso por completo, mi primera clase condicionó mi primer semestre. No disponía aun de técnicas para preparar las clases, ni de estructuración de actividades, tampoco conocía de fundamentos pedagógicos, sabía lo que sabía por mis costumbres lectoras, mi gusto por la disciplina, alguna constancia en los seminarios que recibí como estudiante y cierta capacidad para ligar temáticas. A todo esto, debía sumar que no había visto el curso que ahora debía ofrecer. Aprendía sobre la marcha.

Para poder ofrecer completas las 2 horas de clase preparaba 8 y aun así me quedaba corto. Se me olvidaban los temas, preparaba 3 ejemplos y solo recordaba uno y me salía de manera simplona y sobre todo, veloz. No hallaba que hacer para redondear el tiempo total de clase. Cuando estructuraba las clases y ya contaba con el esqueleto, las repetía en la ducha, en los calentamientos de los partidos de fútbol, mientras iba en buseta a visitar a la que era mi novia de esos años. Los trancones bogotanos eran mis mejores aliados.

No era suficiente, en cada sesión ganaba entre 5 y 10 minutos, pero no lograba ni el tiempo ni la calidad esperada. Decidí practicar más, por tanto, empecé a dictar la clase a todo el que se me cruzaba por enfrente. El peluquero, mi ex, la suegra, un amigo desocupado, mi papá, a todos les preguntaba cómo les había parecido. Todos, aburridos, me daban ánimo y me decían que estaba mejorando. Hacía todo para prepararme pero solo hasta las 5 últimas sesiones de un total de 16 logré elevar un poco el nivel.

En eso ayudó también la suerte. A mitad de semestre me encontré a Bernardo en la cafetería de la facultad. Compartimos un jugo y en la charla resultó que teníamos un conocido en común. Tal vez eso alivianó sus mordaces, acertados y puntillosos comentarios en clase. Al sentir que no todo lo que decía estaba en cuestión fui soltando, pero ya quedaban pocas sesiones. Empecé a mejorar gracias a la dedicación y la "repetidera de la repetidera", a preparar con más ahínco cada tema en cada sesión. Pero también porque gané algo de confianza con el estudiante que dejó de acusar cada palabra.

Aprendí mucho, entre otras cosas, que habría que trabajar en temas de pedagogía, de estructuración, de ejemplificación, de repartición de tiempos, de sentido común, de estrategias comunicativas, de diseño de pruebas evaluativas, entre muchas otras de las que sigo aprendiendo. El curso se hizo según el calendario, el syllabus y todos los formatos y formalismos de rigor, pero recordar mi primera clase sigue haciéndome sudar a esta altura de la vida.


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2 comentarios

  1. Algunos de nuestros estudiantes no saben lo humanos que somos...como sudamos en la primera clase de la vida, del semestre...y av alguna mas. Lo compartiré confiando que en esta realidad en que estamos desconectados físicamente, podamos conectarnos... De nuevo

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  2. Desastrosa y traumática… fue ese inolvidable día, pero sin lugar a dudas el inicio de un gran comienzo, lleno de retos que fueron superados para llegar ser, en lo que se ha convertido al día de hoy, un profesor que proyecta seguridad, experiencia y preparación.
    Al leer e imaginarme este resumen de los comienzos que quizás hay detrás de muchos profesores que viven esta situación en sus inicios y a lo mejor en cada inicio de sus cátedras, me lleva a pensar y llegar siempre a misma conclusión, y es que, la labor de enseñar es una de la profesiones más difíciles y exigentes que hay en la vida, dado el nivel de responsabilidad en transmitir conocimiento y el poder responder de manera acertada a las reacciones inciertas que se pueden presentar durante las clases con la diversidad de estudiantes presentes, presumo siempre serán retos constantes.
    A muchos, los inicios desastrosos y traumáticos… los hacen muy fuertes en cambio a otros más débiles.

    Gracias por compartir este resumen.

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