En el ejercicio docente escuchar
excusas es tan común como calificar.
Las hay de todo tipo: personales,
familiares, laborales, médicas, financieras, sexuales, espirituales,
tecnológicas, políticas, animalistas, ambientalistas, entre un vasto archipiélago.
Muchas son verdaderas y legítimas. Pero muchas otras no y afectan los ritmos y calidades
de los cursos y de los nuevos profesionales. Con ellas se justifican inasistencias, la no entrega de trabajos,
la ausencia en el día exacto de la presentación programada, reposiciones, inscripciones
tardías a los cursos-incluso de mitad del semestre-, entregas individuales de
un trabajo que se pactó grupal o, la presentación grupal de uno individual.
Uno quiere creer en la palabra y
la buena fe de las personas, pero años de experiencia en el “gremio” me hacen pensar
que existe uso y abuso de las excusas. He realizado la tarea extraña de verificar bastantes, especialmente, después de haber sido engañado monumentalmente por una estudiante. Estar en la U facilita el chequeo y minimizo el riesgo a que
se "aprovechen de mi nobleza".
Entre los hallazgos cuento numerosas
decepciones y engaños. He encontrado falsedad en
documentos médicos, funerarios, laborales, sumados a testimonios de
mis exestudiantes, quienes tienden a ser más abiertos -igual que yo- cuando ya
no existe nota de por medio.
Hay que decir, con tristeza, que
se han convertido en la cotidianidad universitaria. Se pasa más tiempo en clase
escuchando excusas que resolviendo dudas temáticas.
El momento de presentar
una excusa es tal vez el momento único y feliz en el que el docente puede
escuchar al estudiante desconocido argumentando un tema: el suyo. Constituyen, en mi concepto, una buena parte
de la explicación a la mediocridad y bajo nivel a largo plazo de los
profesionales del país, mientras el profesor es el perjudicado en
el corto.
Nadie piensa en el costo de
oportunidad de tener a un docente -usualmente todos tienen alta formación-,
calificando un taller o parcial mediocre por segunda y tercera ocasión o, diseñando
un supletorio del supletorio. El trabajo se multiplica y las más de las veces todo
sucede fuera del cronograma laboral. Los buenos estudiantes no necesitan
estos procesos.
Y los directivos, bien gracias. Frecuentemente impulsan estas situaciones como oportunidades para usar su parcela de poder, lucir como solucionadores "inteligentísimos" de problemas, congraciarse con los estudiantes, justificar sueldos y en ocasiones generar rumores malintencionados.
En el extremo recuerdo a un director que solicitaba que calificara trabajos no presentados y
repetir clases para un par de estudiantes que perdieron su vuelo
vacacional desde Miami, habían faltado a todas las
sesiones de un intersemestral. Me negué, pero varios de mis colegas "decidieron" hacerlo, el miedo a la cuchara.
Todo profesor arma un esquema de temáticas, estrategias y también de calificaciones. No he conocido un caso de diseño del curso que busque que nadie apruebe. Pero varios directivos desacreditan al profesor y le exigen “ayudar” al estudiante, como si esto fuera la única obligación misional de la institución.
"La ayuda del apoyo de
la colaboración de la recuperación nos refleja como sociedad mediocre".
Directores, decanos, vicerrectores, rectores, secretarios, y múltiples
etcéteras no parecen comprender qué significa esto para la calidad que afirman
defender. Y luego se caen los puentes en las carreteras.
De poco sirven los reglamentos
sobre el tema. Los hay llenos de contradicciones, incoherencias y vacíos. Tienen
excepciones tan numerosas que todo constituye fuerza mayor. Son leyes de burlas
en la mayoría de las ocasiones.
En este sándwich, no hay elección para el docente. Debe aceptar y diseñar las nuevas actividades, luego aguardar por reclamos incomprensibles. He atestiguado varios casos; he recibido varias veces quejas en las que se me acusa de discriminar estudiantes, los ponentes argumentan que irrespeto la igualdad porque recibieron pruebas distintas a las de los compañeros que las presentaron con semanas o meses de antelación. Los directivos en varias ocasiones avalan. Esto es más común de lo imaginable.
Las excusas constituyen un tema de difícil manejo. Si no se escuchan se termina con fama de honorable parlamentario en el menor de los casos, pero atendiendo una, se reciben decenas. Muchas son insólitas seguramente procurando ser originales.
Además trascienden
todo escenario y momento, me las han acercado en horarios no laborales y
festivos, en espacios privados, en el almuerzo, en canchas deportivas, cafeterías, calles, buses y bares. También se presentan por
medios tan inusitados como facebook y otras redes.
En cuanto a la vía de presentación doy título de campeón a un estudiante que se ingenió la manera de conseguir el número de mi casa. Era un feliz domingo futbolero, al regresar del tercer tiempo, recibí el recado de trámite de carácter URGENTE -sin soporte-. Dejó la razón de su excusa con mi papá en la época en la que aún compartíamos apartamento. Así lo anotó él, en mayúsculas y subrayado. Fue imposible ignorar el caso porque mi papá, que todo lo olvida sobre mí, me lo recordó diariamente durante tres semanas.
He procurado sensibilizar a mis
estudiantes en cada universidad en la primera sesión. Propongo
para ello el #SINEXCUSAS. Es lo primero que escribo en el tablero -exceptúo,
por supuesto, las que avala el reglamento institucional-. El # me ayuda a lucir
moderno, atrae la atención y deja un mensaje latente en cada inicio, lo repito
en la mayoría de las sesiones.
Pregunto posteriormente acerca de
cómo ven el país y si gustan del comportamiento de congresistas que no
asisten a las sesiones, duermen en ellas, presentan excusas ridículas y cobran
los viáticos, también sobre aquellos que no leen pero firman las leyes, o los
que no respetan los tiempos entrando solo a firmar para poder cobrar y retirarse
temprano, es decir, la orquesta de excusas para no hacer las cosas bien que
tenemos como pan diario.
Coincidimos
en que todo el mundo tiene una, en que las buenas intenciones no son
suficientes para enderezar el país. Todos ven la paja en el ojo ajeno, se
decepcionan de lo que somos y critican las actuaciones de “los otros”. Se
quejan de Simón Gaviria, Gerlein, Petro, Uribe, Pastrana, Mockus, Santos, de todos. Parece funcionar. De
hecho, se genera un ambiente de complicidad hasta que en la cuarta sesión alguien
llega con la excusa sobre la mascota del vecino del primo en segundo grado.
La cultura arrastrada por años no es fácil de vencer. Inercias estudiantiles -de las que también hice parte-, los llevan a creer que deben ser excusados bajo cualquier circunstancia. Torpes directivos, sordos y desinteresados refuerzan dicha creencia.
Docentes complacientes y paternalistas hacen que quienes quieran
impulsar algún nivel de exigencia y de trato profesional sean vistos como problemáticos
o malas personas; aquellos que defienden su contrato simplemente callan mientras que, los
que quieren ser bien calificados sin prepararse ni exigir, promueven la cultura
de “hacerse pasito”.
He partido de algunas
universidades, no exclusivamente por las acciones de los estudiantes, en
últimas, siguen la teoría económica -buscan maximizar la calificación al menor
costo posible-, sino por el agotamiento con este y muchos otros temas que
producen decepción y me hacen sentir quijotesco. Las respuestas de directivos
que inician el semestre con actitudes y palabras que los hacen más papistas que
el papa para defender el reglamento y llamar a la exigencia, se convierten velozmente
en pusilánimes saludos a la bandera a la hora de proteger al docente que busca
ofrecer calidad y responsabilidad.
Replico el Hashtag en tableros,
pizarras en plataformas tecnológicas, como encabezado de talleres, controles y
parciales. Es difícil cambiar culturas. Por procurar concentrar los tiempos de
clase en los temas pactados, buscar impulsar sin paternalismo nocivo, querer exigir bajo parámetros normales, he sido acusado en innumerables ocasiones de
patán, insensible, intolerante, mal ser humano, entre otros que no deseo
recordar.
No es de sorprender que el país
tenga los gobernantes que ellos critican. Es lógico y previsible, la educación es causa de muchos de nuestros bienes y males.
Nadie se compromete y a nadie le importa. Al momento de la evaluación docente
unos me aman y otros … me odian profundamente. Soy el doctor Jekyll para unos y
el señor Hyde para el resto. Toman el tema como personal. Los comentarios
evidencian su rabia contra la imposibilidad de justificar sus bajos resultados
explicados por la posición de Neptuno.
La campaña es desgastante y se
tiende a sucumbir. ¿Quién soy acaso para establecer un fuerte de resistencia
contra la mediocridad y la ineptitud, quién para luchar contra las prácticas no meritocráticas que se reproducen en la
sociedad, quién para evitar que la inercia nos carcoma, quién para enfrentar a directivos cómplices y quién para darse el lujo de
buscar nuevos contratos docentes y saltar entre IES?
En una tarde de lluvia una exalumna
me abordó en el andén de la calle, justo antes de entrar al edificio a dictar
con un grupo con el que sentía que había fracasado en este y otros temas. Se
dirigía a su clase de posgrado dos años después de acabar un curso de
microeconomía intermedia que me confesó, sufrió hasta el último día.
Yo no sabía su nombre y el curso
que compartimos se me refundía. Mientras nos mojábamos afirmó que no se acordaba de mi apellido, pero
sí de la clase, sobretodo del Hashtag y que a través de este empezó a buscar en sí misma y no en otros,
ni en las circunstancias, la razón de sus resultados. Explicó que ello le había permitido un clic que la llevó a apersonarse de diferentes campos de su vida para mejorar.
Un pequeño paso para el docente y un gran paso para la academia que me ayudó a resolver las preguntas planteadas y
me recordó quién soy: Su Profesor!!!