LOS SALARIOS DOCENTES

abril 29, 2020


No sé por qué, pero siempre he sentido que un docente no debería ganar mucho dinero. Seguramente hace parte de mi romanticismo, no evaporado por completo, de entender la educación como un bien público del cual, no debería resultar mayor lucro. Por supuesto que en ocasiones, cuando salen los extractos a fin de mes, me arrepiento enormemente de esta idea al tiempo de que me quejo con rabia cuando observo presupuestos nacionales en los que pesa más el rubro para la guerra que los de ciencia, innovación, educación o cultura.

En enero de 2003 siendo aun estudiante de posgrado y sin tener trabajo formal, había pasado numerosas hojas de vida a múltiples instituciones educativas, pero nadie me contactaba. Mi esperanza estaba en que mi tía materna, preocupada, me había conseguido una entrevista en un instituto tecnológico de baja reputación en el que requerían a un profesor para dar clases de “Mesoeconomía”. Atendí entusiasta a la cita, respondí las preguntas como si se tratara de un examen oral sobre todas las grandes obras escritas en economía, hice un parcial final de lujo, ni Joseph Stiglitz me habría dejado sin empleo en esa tarde de miércoles. Me gané el puesto, lo había anticipado en la mirada del entrevistador, pero nunca se trató el tema de cuánto me iban a pagar, tuve pena de preguntar porque lo consideraba indecoroso y a ello, tenía que sumarle la idea romántica ya descrita de no sacar lucro del conocimiento.

Contento por obtener el cargo -de alguna manera tenía que empezar-, me fui y no reparé en el tema. Al llegar a la casa conté mi logro y todos estuvieron contentos puesto que el “pelado”, tenía 22 años, al fin había tenido suerte y empezaría su vida laboral en algo que le atraía. Todo estuvo bien hasta que me preguntaron por el salario y no pude responder. El tema me quedó rondando, pero ya había dicho que sí. En la misma semana, un viernes en la tarde, a eso de las 6:00 p.m. de un viernes entró una llamada al celular preguntando por el "profesor", supuse que era mi nuevo patrono, el instituto tecnológico, pero la llamada provenía de una secretaria con voz muy diferente a la que me había atendido previamente y sonaba también mucho más formal.

Querían entrevistarme a las 8:00 p.m del mismo viernes, pero en una Universidad. Asistí a la cita de afán y en jean pues no había tiempo para cambiarme. El hecho de que fuera universidad y no un instituto me hizo emocionar y pensé que era una gran oportunidad. Volví a presentar un examen oral recitando autores, grandes obras y teorías económicas que había aprendido y me quedé con el cargo. Lastimosamente las horas de cátedra que me ofrecían en la prestigiosa U se cruzaban -siempre pasa cuando se requiere trabajo- con las del modesto instituto y tuve que decidir allí mismo, escogí la universidad.

Al llegar a casa todo fue alegría de nuevo, pero les llamaba la atención que no preguntara por la remuneración, la verdad es que sufría vergüenza de indagar por los pagos, tema que aún me acompaña, pero presumí que sería mayor el estatus, el nivel académico y por supuesto el valor de la remuneración y por eso me quedé con la U.

Renuncié al instituto el sábado a primera hora y el lunes entraba en la U orgulloso a mi primera clase en propiedad. Mi amada tía llamó para preguntar que había sucedido, con algo de decepción entendió y me preguntó si valía la pena monetariamente. Sin saberlo realmente le dije que sí. Ella entonces desistió del tema y no supe más hasta recibir el primer comprobante de pago. 

Emocionado fui a recibir mi primera remuneración como docente en propiedad, pero el valor me decepcionó fuertemente. Pensando que se habían equivocado fui a recursos humanos a preguntar que había sucedido, por qué el pago era "tan bajito".

Las sorpresas que da la vida, el instituto no solamente pagaba mejor, sino mucho mejor que la universidad: Una enseñanza más para no juzgar con base en estereotipos.

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